Por el Dr. Fernando Ariel Esmay | El pasado miércoles, vimos con ojos azorados y llenos de desazón, la manera en que la isla frente a nuestra querida Goya, se envolvía en llamas. Se volvieron virales las fotos que retrataron el triste paisaje. Dudé si compartir las mismas con mi hija de 5 años, o no. Finalmente, me decidí a hacerlo y de inmediato apareció en ella el asombro y la curiosidad.
Me preguntó: “¿Por qué se prendió fuego la isla? ¿Qué había pasado? ¿Cuándo se apagaría el incendio? y ¿Qué iba a pasar con los animales que vivían allí?” Confieso que su última inquietud me produjo honda angustia. Lo que me llevó a reflexionar en torno al deber moral e ineludible que tenemos los padres de hoy, de criar a nuestros niños con conciencia del cuidado del medio ambiente. Fundo mi posición, en los datos empíricos que son de actualidad y comparto con ustedes a continuación.
Las noticias sobre los incendios forestales en la Argentina se suceden, y se sabe que ya afectan por lo menos a once provincias: Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, Buenos Aires, La Pampa, San Luis, Córdoba, Santiago del Estero, Misiones, Catamarca y La Rioja. Se estima que han arrasado, no menos, de unas 120.000 hectáreas. Los recursos humanos y logísticos de las instituciones de esas regiones, a pesar del trabajo incansable, no dan abasto para detener el avance de las llamas. El Delta del Paraná y Córdoba son las zonas más afectadas.
Si bien es cierto que los incendios acontecen en forma conjunta con una sequía que hace varios años no se veía, no podemos obviar “la mano del hombre” y el cambio climático, como factores que contribuyen al desastre ecológico que estamos viviendo.
En éste orden de ideas debemos señalar que, como vienen repitiendo los medios de comunicación, sabemos que Córdoba es la provincia más afectada con 48 mil hectáreas incineradas. Pero lo que pocas personas conocen, es que Córdoba es una de las provincias con más deforestación de nuestro país. Se estima que de 12 millones de hectáreas de bosque nativo que poseía la provincia, actualmente queda menos del 5% (COTBN, 2009). Lo cual es consecuencia directa de la expansión de áreas para el monocultivo de soja y la ganadería intensiva.
En las décadas que van desde 1991 a 2011 la Argentina incorporo 14,4 millones de hectáreas a la producción agrícola nacional. De las cuales el 95% fue dedicada al monocultivo de soja. Para producir esta legumbre a gran escala hay que “ganarle” suelo a los bosques, lo que se logra desmontando con topadoras.
Ahora bien, ¿Qué pasó con los BOSQUES Y MONTES de ARGENTINA mientras transcurría el aislamiento social obligatorio por la PANDEMIA de Covid19? En cuarentena el agronegocio destruyó 200 hectáreas por día de monte nativo, casi la mitad de ellas (15 mil hectáreas en total) eran zonas protegidas, Humedales del Paraná. Si lo analizamos por región, la deforestación en la Prov. de Salta desde el 15/03/20 al 15/04/20 fue de 1.194 hectáreas. La deforestación en la Prov. De Santiago Del Estero del 15/03/20 al 31/05/20 fue de 7.759 hectáreas. (Datos que provienen del monitoreo satelital. Greenpeace). Necesario me es resaltar que lo que aquí se expresa con simples números, es el inconmensurable daño al norte argentino, el cual es una mezcla de bosques nativos, montes impenetrables y selva, segundo más importante en biodiversidad de Sudamérica, después de la selva Amazónica.
En éste punto del análisis, y con la imposibilidad de negar la relación entre enfermedades emergentes y deforestación, quisiera tener presente las palabras del veterinario y docente UNC Fidel Baschetto en cuanto ha dicho: “Los ecosistemas son una maraña compleja de relaciones evolutivas que sólo comprendemos de manera incompleta y fragmentada”.
Me pregunto si al mercantilizar los recursos naturales, en post de una agroindustria capitalista, voraz, extractivista y sin conciencia ecológica, no estemos de ahora en más tocando siempre a la puerta de una nueva pandemia. Así, el Dr. Carlos Zambrana Torrelio (científico y ecologista boliviano estudioso del medio ambiente) sostiene: “Debemos dejar de pensar que los humanos somos una especie separada del medio ambiente en el que vivimos, porque nos da una idea errónea de que podemos cambiar, destruir y modificar el ecosistema. Cualquier cambio que hagamos en el planeta va a tener un impacto en nuestra salud”.
Volviendo mi hija, tengo la firme convicción de que debe crecer queriendo a su planeta, al ecosistema y comprometida con el cuidado del medio ambiente. Pero también tengo la certeza de que las personas de mi generación debemos tener un rápido despertar y ponernos al frente de la causa ecológica. Porque la catástrofe ambiental, contrario a lo que dijeron alguna vez, NO es problema de las generaciones futuras, es una realidad incipiente que asoma, y de la que debemos ocuparnos seriamente todos.
Nota de Opinión. Dr. Fernando Ariel Esmay. MP: 6296.